Entró en su cuarto bien temprano, como cada mañana.
Dejaba en sus manos el tesoro diminuto de una maternidad tardía.
Ella no se cuidaba, buscaba ansiosa el reencuentro con el hombre de su vida, padre de sus hijos.
Desde que él se fue ella dormía en un sofá. la cama era cosa de dos.
Su espalda deforme, sus andares torpes, sus piernas hinchadas acababan con la paciencia de cualquiera.
La vio en esa posición tan desagradable que se fue sin decir nada.
Al llegar al salón y ver su incontrolada postura de hija rebelde subió a darle un beso y despedirse.
Ella no se inmutó:
- Mamá, nos vamos, te quedas con el niño.
- Mamá despierta, por favor, me estas asustando.
- Mamá por favor, despierta.
Solo balbuceo entre letras ensalivadas que le dolía la cabeza.
Todo fue correr. Llegó la ambulancia, los otros abuelos y llegó también el avión que la transportaría cerca de su marido.
Consiguió su fin.
Ella siempre decía.
-¿Tú con quien quieres estar, con tu marido? Pues yo quiero estar con el mio.
Y lo consiguió.
Rosarios diarios para pedirle a la Virgen volver a estar en brazos de él.
Ya está, juntos desde hace dos años y siguen cuidando de su nieto con más fuerza cada día.
Hasta siempre, mamá.