Decididas y firmes salimos de aquella casa rodeada de ausencia de carreteras hasta llegar a la civilización.
Las tres, cada una con su locura particular, pronunciábamos frases divertidas y ocurrentes que nos hacían estallar en miles de carcajadas.
Llegamos al supermercado y nos bajamos una de ellas y yo.
Mi acompañante es asidua a este supermercado por lo que conoce bien la disposición de los artículos.
Llevábamos, para ahorrar, una gran bolsa roja de plástico duro que sujetaría bien el peso de nuestra compra.
Dejó la bolsa encima de unas cajas y como si le hubiese dado un ataque de epilepsia, lleno hasta los bordes la famosa bolsa. Todo eran bebidas.
- "Ah, espera. Falta lo más importante" y bien entaconada y ceñida corre por los pasillos para traer dos grandes bolsas de hielo.
Le digo que ya tenemos y ella, sin cesar su actividad, me responde que me calle que ella sabe de que habla.
Deja las bolsas de hielo en la bolsa roja, se coloca el monedero debajo del brazo y grita:
-"Vamos".
Yo, por supuesto, hago caso y, agarrando las dos asas intento levantar la bolsa con energía pues estaba claro que iba a pesar.
Lo que no calculamos es que iba a pesar mucho y la bolsa ni se inmutó por lo que yo retrocedí varios pasos víctima del impulso inicial.
Si antes no reíamos ahora ya perdimos toda indicio de elegancia.
Como pudimos llegamos a la caja. Mientras pagábamos ella empezó a meterle prisa a la cajera que, debido a nuestro gran ataque de risa y ella trabajando un sábado por la tarde, no le hizo ningún caso.
Arrancó mi amiga las monedas de la vuelta que estaban en la mano de la cajera y salió disparada al baño dejándome SOLA con la bolsa y doblada por la cintura sin poder contenerme.
Volvió, cogimos la bolsa entre las dos y nos fuimos al coche a intentar explicarle a la tercera el porque de aquella desconsolada manifestación.
Conclusión: ese supermercado ha perdido una clienta pues mi amiga no se siente capaz de volver después de romper su imagen de señora ideal.
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