miércoles, 17 de agosto de 2011

VOLVÍ




Veníamos algo  despeinados y sucios. Una excursión en condiciones: bocadillos de salchichón, patatas, refrescos no frescos y botellas de agua vacías.

Reventados los pies y abiertos los pulmones.

Me fui mal, demasiado cargada. A la espalda el peso de una noche en vela, un dolor imborrable y un cansancio arrastrado.
Una mochila muy grande de poco equipaje y toneladas de ideas.

A medida nos adentrábamos por el paisaje tenebroso más ideas recopilaba en mi gran bolsa.
Desfallecía.

Paramos para ingerir alimentos suficientes y seguir.

El agua cristalina, mis manos envejecidas se sumergían hasta tocar fondo y yo, ajena a tanta belleza, me revolcaba en mi dolor.

Mi reflejo, el de una anciana que espera impaciente la muerte, me causó la mayor tristeza que siente el ser humano.

Recé, a El a través de mis conocidos, y me contestó.

Escuché su voz que me decía: -"Mami, báñate conmigo y con papi qué está fresquita. No pasa nada, yo te cuido".

Me quité la mochila, la dejé ir río abajo, me desnudé y me bañé con ellos.

Con mi familia. Con mi regalo divino.

Volvimos, liberados de la carga, amándonos, besándonos y abrazados a la Cruz que un día sujeto Su cuerpo por nosotros.

Era una cuestión de decisión. Atrapada en el cuerpo equivocado, víctima de una simple mochila.

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